Mientras la tecnología vende humo y avatares cabezones, los pueblos de toda la vida llevan siglos practicando el metaverso… y gratis
Desde hace un par de años, las grandes tecnológicas no paran de bombardearnos con el mismo mantra: el metaverso es el futuro, las interacciones sociales están a punto de revolucionarse, pronto viviremos en mundos virtuales compartidos donde hablaremos, compraremos y socializaremos sin movernos del sofá. Todo muy bonito en los PowerPoints, pero hay un pequeño detalle que nadie en Silicon Valley parece haber considerado: todo eso ya existe… y tu abuela lo lleva usando desde hace décadas. Solo que ella lo llama ir al pueblo.
Y es que, antes de gastarte 500 euros en un visor, horas creando un avatar ridículo y descubrir que la «vida virtual» consiste en salas vacías y silencio incómodo, igual deberías mirar cómo funciona la vida social en un pueblo español de 300 habitantes. Porque, amigo, ahí tienes la simulación social definitiva, con sus ventajas, sus defectos y sus inevitables cotilleos.

El pueblo: el metaverso original, pero con más abuelos y menos bugs
Piensa en las promesas del metaverso: un entorno persistente donde todo el mundo se conoce, la información circula a la velocidad del chisme, y no puedes dar un paso sin que alguien comente lo que has hecho, lo que vas a hacer o lo que se rumorea que podrías haber hecho. ¿Te suena? Exacto, eso es la plaza del pueblo cualquier día de verano.
Mientras los gurús de la tecnología se rompen la cabeza para crear «espacios virtuales inmersivos», tu abuela se planta en la panadería y en cinco minutos tiene el mismo nivel de interacción social, pero con menos latencia y sin problemas de compatibilidad. Allí los avatares no tienen piernas… pero los vecinos sí, y te persiguen hasta el bar si hace falta para enterarse de tu vida.
Y lo mejor es que todo esto funciona sin conexión a Internet, sin necesidad de NFT, y sin microtransacciones. El único requisito es ir al pueblo y, a poder ser, tener buen estómago para el chorizo y buena tolerancia para las preguntas incómodas.

Reputación pública: en el pueblo no se resetea tu historial
En el metaverso, las empresas prometen «construir tu identidad digital», que puedas tener un avatar que represente tu yo ideal, empezar de cero y diseñar una vida paralela donde nadie juzgue tu pasado. Eso está muy bien… si ignoras que en el pueblo, tu reputación se construyó antes incluso de que tú nacieras.
Allí no importa cuántos títulos tengas, cuántas criptomonedas mines o cuántos likes consigas en el metaverso: si tu tío abuelo robó sandías en 1984, ese es tu legado. La identidad no se resetea, no se personaliza, no se paga. Se hereda. Y, como en el metaverso, todo el mundo sabe quién eres, qué haces y con quién te juntas.
La diferencia es que en el pueblo no puedes desconectarte, ni silenciar a los pesados, ni cambiar de servidor. La vida social es 24/7, presencial y brutalmente auténtica. Quizá por eso a los de Silicon Valley les da tanto miedo salir de casa.

Espacios compartidos… pero de verdad, con bancos y chismes
Otro gran concepto vendido hasta la saciedad es el de los «espacios sociales virtuales», esos entornos compartidos donde puedes charlar, quedar o simplemente ver a otros avatares haciendo el ridículo. Lo que no te dicen es que en la práctica, la mayoría de esas salas están vacías, huelen a abandono digital y, si hay gente, suelen ser dos adolescentes y un tío que se ha dejado el micro abierto.
Mientras tanto, en el pueblo, tienes la plaza, el bar, la panadería y hasta la parada del autobús como auténticos hubs sociales. Ahí no solo ves a la gente, los hueles, los oyes y los sufres en 4D. Te enteras de quién se casa, quién se separa y quién ha tenido la osadía de cambiar de panadero. Todo sin gafas, sin lag y sin necesidad de cables.
¿Quieres interacción social real? Saca la silla a la calle en agosto. En diez minutos ya sabes más de la vida de tus vecinos que en 100 horas de metaverso.

Economía local: en el pueblo también hay «tiendas virtuales», pero con chistorra
El metaverso promete revolucionar la economía con tiendas digitales, bienes virtuales y criptomonedas. Todo muy moderno, hasta que te das cuenta de que en el pueblo, el comercio local funciona desde hace siglos sin blockchain ni tonterías.
Allí compras el pan, el vino, la carne y hasta el chisme del día directamente al productor. La economía es tan local que conoces al cerdo antes de comértelo. Los tratos se cierran en la barra del bar, no en una wallet digital, y si surge algún problema… no abres un ticket de soporte: el problema te lo solucionan en persona, con o sin amenazas, pero efectivo.
¿Quieres NFT? En el pueblo, el perro del vecino es tan único y no replicable como cualquier jabalí pixelado que te vendan en el metaverso, y encima muerde si lo provocas.

Conclusión: tu abuela ya vivía en un metaverso… y sin necesidad de gafas
Al final, mientras los gigantes tecnológicos siguen prometiendo mundos virtuales llenos de interacción, comunidad y pertenencia, la realidad es que en los pueblos eso lleva funcionando toda la vida. Sin cables, sin lag y, sobre todo, sin esa constante sensación de que todo es un experimento a medio hacer.
Tu abuela entiende mejor el metaverso que tú, porque ella lleva décadas practicándolo en la plaza, en la panadería y en la misa de los domingos. La diferencia es que en su versión, si alguien se pone pesado, no lo puedes mutear… pero al menos, sabes que es real.
Así que antes de gastarte medio sueldo en unas gafas para vivir «la experiencia social definitiva», igual deberías pasar un par de días en el pueblo. Eso sí, prepárate: allí no hay botón de desconexión… y el salseo es mucho más intenso que en cualquier servidor virtual.
¡Que bueno! ¡Y cuanta verdad! Resulta que yo, sin saberlo hasta ahora vivo en un metaverso … y es tal cual.