Cuando la revolución tecnológica se convirtió en un accesorio de lujo sin propósito
Apple nos prometió el futuro, y lo vendió envuelto en aluminio y márketing. El Vision Pro llegó como el producto más ambicioso de la compañía desde el iPhone, un supuesto salto hacia la “computación espacial” que sonaba tan pomposo que casi parecía una religión. Tim Cook lo presentó con la solemnidad de quien revela una cura para el aburrimiento, asegurando que cambiaría nuestra forma de trabajar, jugar y relacionarnos. La realidad, sin embargo, es menos heroica: se trata de un dispositivo que cuesta más que unas vacaciones en Tokio, pesa lo mismo que un ladrillo de nostalgia y sirve principalmente para ver vídeos flotantes de tus hijos mientras te preguntas por qué demonios no usaste el televisor.
La prensa especializada lo recibió con entusiasmo inicial, claro, porque Apple sabe seducir como nadie. Sus presentaciones son misas tecnológicas donde los periodistas aplauden aunque no entiendan del todo lo que acaban de ver. Pero una vez terminó el sermón, comenzaron los testimonios reales. Y la verdad emergió entre los usuarios como un golpe seco: el Vision Pro no es el futuro, sino un experimento carísimo para demostrar que la gente aún está dispuesta a pagar por sentirse parte de algo que no existe.

La realidad aumentada… pero tu paciencia disminuye
Apple insistió en que el Vision Pro no era “VR” ni “AR”, sino algo superior. Lo llamaron spatial computing, como si cambiarle el nombre a un concepto lo hiciera más revolucionario. En la práctica, es un visor voluminoso que proyecta ventanas flotantes mientras tú, desde dentro, intentas convencerte de que esa incomodidad es el futuro. La experiencia es visualmente impresionante durante los primeros minutos, hasta que tu cuello pide un abogado y la batería externa te recuerda que estás atado a un ladrillo por un cable.
Todo lo que Apple prometió que cambiaría la forma en que usamos la tecnología se reduce a una serie de funciones que ya existían en otros visores, pero con una capa de elegancia y un precio que roza la ciencia ficción. Mientras tanto, Meta Quest 3 ofrece passthrough a color, juegos, libertad inalámbrica y un catálogo vivo por una fracción del coste. Apple, en cambio, decidió ignorar la VR tradicional, como si estuviera por debajo de su nivel, y acabó creando una versión premium de algo que ya hacía mejor otra empresa que vende sus visores en Amazon con descuentos.
Y lo peor es que el Vision Pro no es una mala pieza de ingeniería. Es un prodigio técnico, sí, pero vacío de propósito. Es como un coche de lujo que solo puede circular en el garaje. Su mayor innovación es haber logrado que miles de personas gasten una fortuna para descubrir que la realidad, por muy aumentada que sea, sigue siendo aburrida cuando no hay nada útil que hacer en ella.

De la “computación espacial” al marketing celestial
Apple lleva años vendiendo humo envuelto en aluminio pulido, pero con el Vision Pro alcanzó el Olimpo del marketing. En sus anuncios, mostraban a usuarios sonrientes cocinando, trabajando y viendo películas mientras llevaban un casco que les cubría medio rostro. Las escenas parecían sacadas de una parodia de Black Mirror más que de un producto real. Nadie parecía sudar, nadie tenía el pelo despeinado, y todos vivían en salones que parecían sets de IKEA patrocinados por Dios.
La genialidad de Apple siempre ha sido el relato. No venden hardware, venden pertenencia. Y con el Vision Pro vendieron la fantasía de dominar el espacio digital con elegancia. Pero la realidad es que lo que más dominan son las expectativas. La idea de “computación espacial” suena increíble… hasta que te das cuenta de que solo significa mover ventanas 3D con los ojos y pellizcar el aire para hacer clic. Eso no es el futuro: es un truco de feria con mejor iluminación.
Y, por supuesto, Apple rehuyó de la palabra “VR” como si fuera un virus. Decir “realidad virtual” sería admitir que Meta o HTC ya estaban allí desde hace años. Así que reescribieron el vocabulario y bautizaron su propia realidad alternativa, esa donde los errores de diseño se convierten en “decisiones de experiencia”. Es el equivalente tecnológico a venderte un paraguas sin mango y llamarlo “solución minimalista de protección atmosférica”.

El precio del ego y el síndrome del early adopter arrepentido
El Vision Pro no es un visor: es un test psicológico sobre el poder del marketing. Pocos productos han conseguido que gente aparentemente sensata desembolse casi 4.000 euros para descubrir, dos semanas después, que lo único que realmente les ofrecía era la sensación de ser los primeros. La experiencia típica del comprador del Vision Pro tiene tres fases: fascinación inicial, incomodidad física y arrepentimiento silencioso. Muchos de esos “pioneros” ahora intentan vender su casco en foros o plataformas de segunda mano, donde el precio cae más rápido que la batería.
Apple no vendió una herramienta, vendió un símbolo. Y como todo símbolo, su valor se desinfla en cuanto deja de ser exclusivo. La mayoría de los compradores ni siquiera eran desarrolladores o entusiastas del XR: eran seguidores de la marca, convencidos de que comprar lo último de Apple los mantenía un paso por delante del resto. En realidad, solo los colocó un paso más cerca de la ruina tecnológica.
El Vision Pro pasará a la historia como un monumento al ego corporativo. No porque sea malo, sino porque se diseñó para alimentar la narrativa de una empresa que confunde lujo con innovación. Si algo enseña este lanzamiento es que Apple no busca cambiar el mundo, busca recordarte que puede hacerte sentir pobre incluso cuando tienes un visor de 4.000 euros en la cara.

El futuro según Apple: el humo también se actualiza
Apple promete que la próxima generación será más ligera, más barata y más accesible. Es el mismo mantra que lleva repitiendo desde el Newton. Cada fracaso se convierte en preludio del éxito siguiente. Y así, el Vision Pro 2 será “la verdadera visión del futuro”, igual que el primero supuestamente lo era hace unos meses. El ciclo del hype nunca muere, solo cambia de batería.
Mientras tanto, el mundo de la VR sigue avanzando sin ellos. Los estudios desarrollan experiencias cada vez más inmersivas, los precios bajan y la tecnología se democratiza. Apple, en cambio, sigue encerrada en su torre de marfil, convencida de que el progreso solo existe si cuesta más de lo que puedes pagar. Quizás algún día entiendan que la verdadera revolución tecnológica no se mide en píxeles por ojo ni en diseño industrial, sino en accesibilidad, creatividad y diversión.
Hasta entonces, el Vision Pro seguirá siendo el espejo perfecto de la filosofía Apple: brillante por fuera, vacío por dentro y acompañado de una factura que hace llorar hasta al propio Tim Cook. Puede que la historia lo recuerde como un paso más hacia el futuro… pero también como la prueba definitiva de que incluso las empresas más poderosas pueden tropezar cuando se enamoran demasiado de su propio reflejo.
