Si algo define el panorama actual de la realidad virtual es la abundancia. Abundancia de cables, de mandos, de plataformas y, sobre todo, de gafas. Hay tantas opciones que comprar un visor en 2025 se parece peligrosamente a elegir vino sin saber de vinos: al final te vas por la etiqueta más brillante, finges que has entendido las especificaciones y rezas para no haber comprado vinagre.
Atrás quedaron los tiempos donde “Oculus Rift o HTC Vive” era una pregunta casi existencial. Ahora tenemos un buffet libre de modelos con nombres que parecen sacados de una alineación de superhéroes: Quest, Pico, Vive XR Elite, Apple Vision Pro, PS VR2, Lynx R1, Bigscreen Beyond, y alguno que seguro ya ha cambiado de nombre mientras lees esto. Un multiverso en expansión constante. Pero ojo, que no hay dos iguales… ni compatibles, ni intuitivos, ni baratos.

¿Qué visor me compro? Pregunta trampa.
Lo más gracioso es que, con tantas opciones, la pregunta que todo novato se hace sigue sin respuesta fácil. ¿Qué visor me compro? Depende. ¿Quieres jugar sin cables? ¿O prefieres mejor calidad, pero estar atado como si fueras un perro en corto? ¿Te gusta el catálogo de Steam o el de la tienda de Meta? ¿Te molesta que el visor pese más que tu cabeza? ¿Te importan tus ojos? ¿Tu cuenta corriente?
Al final, elegir visor es una mezcla entre test de personalidad, gincana tecnológica y ruleta rusa económica. Porque si te equivocas, no estás devolviendo una camiseta: estás palmando 600 euros y media ilusión. Pero no te preocupes, hay una regla no escrita: el visor que compres será el que menos soporte tenga dentro de seis meses.

La ilusión de la compatibilidad universal
En un mundo ideal, los visores funcionarían con todo. En el nuestro, cada visor es su propio ecosistema cerrado, con su tienda, su firmware, su forma de conectarse al PC y su “truco mágico” para que, por arte de marketing, pienses que el tuyo es el mejor.
¿Quieres jugar a Half-Life: Alyx? Pues si tienes Quest, suerte con el cable o el WiFi, y que Dios te bendiga con el router. ¿Tienes un PSVR2 y te apetece probar algo de Steam? Pues qué pena, Sony te recuerda que su visor es para su consola y punto, te recordamos que la experiencia de jugarlo por cable en PC es realmente desoladora y poco recomendable, así que ni siquiera la contemplamos. ¿Tienes un Apple Vision Pro? Lo sentimos, estás atrapado en una galería de fotos en 3D mientras pagas en cómodos plazos lo que costaba una moto.
La interoperabilidad, ese sueño húmedo de los usuarios, sigue siendo una utopía. Porque si las plataformas se llevan como suegras en Navidad, los visores son sus banderas de guerra.

La inflación de specs que nadie pidió
Cada nuevo visor llega con más siglas y más promesas: pantallas micro-OLED de resolución estelar, 12 cámaras, passthrough a color, eye tracking, mixed reality y hasta predicción del futuro. Suena impresionante… hasta que recuerdas que lo que quieres es jugar sin que se te duerma el cuello.
El marketing nos ha convencido de que el visor perfecto necesita más tecnología que una nave de Star Wars, pero luego abres una app y sigues viendo la interfaz flotando en el aire como si estuviéramos en 2017. Y eso sin hablar del calor. Porque algunos visores son tan “pro” que podrías freír un huevo encima tras 20 minutos de juego.
Eso sí, tu tranquilo: ya están anunciando el siguiente modelo que lo solucionará todo. Hasta que no lo haga.

¿Quién piensa en los jugadores?
Lo curioso es que, entre tanto despliegue tecnológico, se habla poco de lo importante: la experiencia de usuario. La comodidad, el contenido, el soporte, el uso diario. Porque tener 2000 píxeles por ojo está genial… si no se empañan a los cinco minutos o si puedes encontrar un juego que lo aproveche.
Los usuarios piden juegos con historia, campañas memorables, compatibilidad decente, servicios integrados, actualizaciones que no rompan lo que ya funcionaba. Y ¿qué reciben? Un nuevo visor con 2 mm menos de grosor, una diadema rediseñada y una promesa de realidad mixta que, seamos sinceros, solo sirve para ver tu salón en modo “pixel-art triste”.
La paradoja del progreso: más visores, menos dirección
Estamos viviendo un momento extraño: hay más opciones que nunca, pero menos consenso que nunca sobre qué rumbo tomar. Algunos apuestan por la productividad, otros por el gaming, otros por la VR social, otros por el cine inmersivo. Y entre todos han creado un panorama donde nadie sabe muy bien a qué juega.
Y eso, irónicamente, nos aleja de lo que hizo mágica la VR al principio: esa sensación de saber que, con un visor, podías entrar en mundos imposibles sin tener que hacer un máster en compatibilidad.

En resumen…
Demasiadas gafas, poca visión. Demasiadas especificaciones, poca experiencia. Y mucho, mucho ruido para al final terminar jugando al Beat Saber de siempre, con los mismos mandos de siempre… pero ahora con passthrough.
La VR necesita centrarse. Necesita menos modelos y más claridad. Menos specs y más diversión. Menos hype y más cabeza. Porque si seguimos así, el único visor realmente útil será uno de realidad aumentada… para poder leer los manuales de instrucciones mientras los usamos.