La gran estafa silenciosa del metaverso que nunca pediste y de la que ya estás harto sin haberla probado

Durante años, los gurús de las criptofinanzas y los evangelistas del metaverso se pasearon por ferias tecnológicas como si fueran los nuevos profetas del apocalipsis digital. Mostraban renders de ciudades flotantes, avatares sin piernas y prometían un futuro en el que tu gorra pixelada de edición limitada tendría más valor que tu coche. La idea era simple: meter NFTs en la realidad virtual, como si alguien, fuera de un PowerPoint de Silicon Valley, hubiese dicho alguna vez: “Uf, qué experiencia inmersiva tan intensa… lástima que no puedo comprar un jarrón único en la blockchain.”

Pero aquí estamos, en 2025, y la realidad es esta: ni tú, ni yo, ni absolutamente nadie con una mínima cordura ha sentido jamás la necesidad de tener un NFT dentro de su visor. Los que jugamos en VR queremos cosas simples: que no nos dé náuseas, que los mandos no se desincronicen, y que si hay un zombie a dos metros, podamos golpearlo sin que la física se vaya al carajo. ¿Dónde encaja en todo eso una chaqueta virtual exclusiva certificada por Ethereum? Exacto: en ningún maldito sitio.

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Una moda empujada por los que nunca han jugado en VR

Lo peor de todo esto es que la fiebre de los NFTs no vino del jugador real, sino de ejecutivos en salas de reuniones con PowerPoints y nombres como “Futurización XR 4.0”. Eran los mismos que ni sabían lo que era un visor, pero ya estaban desarrollando “tiendas virtuales” donde podías comprar cuadros que nadie más tendría. ¿Y para qué? Para colgarlos en tu casa virtual. Sí, esa casa en la que nadie entra. Ni tú.

Juegos sociales como VRChat, Rec Room o Somnium Space llegaron a coquetear con la idea. El resultado fue el esperado: una mezcla de especulación, aburrimiento y vergüenza ajena, donde unos pocos intentaban vender una espada con brillo azul por 300 dólares mientras el resto seguíamos bailando con cabezas de perrito en una rave virtual. No hacía falta ser un genio para ver que el NFT era un intento forzado de monetizar una experiencia que funciona precisamente por ser libre, creativa y comunitaria.

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Pagar por escasez artificial en un mundo de infinitas posibilidades

La gracia de la VR es que puedes ser lo que quieras: un mago, un piloto espacial, un fontanero interdimensional. Pero los NFTs vinieron con la promesa de limitarte: “esta gorra solo la puede tener uno”. “Este skin cuesta 500 dólares porque es único”. “Este NFT representa la propiedad digital de… algo que no puedes tocar ni usar fuera de este servidor”. ¡Bravo! Has conseguido replicar la economía más absurda del mundo real… dentro de un entorno donde no debería hacer falta.

Y ojo, que la escasez en juegos puede tener sentido. Un arma difícil de conseguir, un logro legendario, un cosmético por evento limitado. Pero eso se gana jugando, no escaneando un QR en una web de dudosa seguridad y conectando tu wallet a la red más lenta del planeta. Los NFTs no son recompensa, son postureo enlatado con fecha de caducidad. Son el equivalente digital a comprarte un cuadro solo para decir que lo tienes. Aunque esté en .PNG y pese 400kb.

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Criptofiascos en cadena: del humo al cementerio digital

¿Te acuerdas de Decentraland? ¿De The Sandbox? ¿De esos metaversos donde las parcelas costaban más que un piso de alquiler en Madrid? Hoy puedes pasearte por ellos y ver la verdad en HD: están vacíos. Como una discoteca de pueblo a las 8 de la mañana, solo quedan los restos de lo que fue una promesa hinchada por titulares y YouTubers pagados.

Incluso Meta, con todos sus millones y ambiciones mesiánicas, tuvo que bajarse los pantalones y cerrar el chiringuito de Horizon Worlds como plataforma universal para NFTs. Y no porque no tuvieran dinero, sino porque la gente no quiere comprar un sofá digital cuando en la vida real sigue usando una silla de camping en el salón.

Los NFTs han fracasado en VR porque partían de un error de base: pensar que el usuario valora la exclusividad por encima de la diversión. Que prefiere la propiedad sobre la experiencia. Que jugar se trata de tener cosas, y no de vivir cosas. Y eso, hermano, es no entender nada.

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El futuro no está en vender humo pixelado

Lo que la VR necesita no son skins únicos certificados por la blockchain. Necesita historias. Juegos buenos. Experiencias sociales reales. Necesita estabilidad, accesibilidad y creatividad. Y sobre todo, necesita dejar de ser un escaparate para tecnologías que solo buscan exprimir a los usuarios como si fueran billeteras con patas.

Porque al final, los NFTs en VR fueron lo que siempre supimos que serían: una excusa para especular, vestida de innovación. Una estafa elegante con gafas de realidad aumentada. Un “te vendo lo invisible, pero con valor añadido” que solo coló entre los mismos que ahora no saben dónde esconder sus wallets vacías.

Así que no, gracias. En Generación XR preferimos bugs reales a posesiones digitales falsas. Preferimos un mod mal hecho con cariño a un NFT sin alma. Y si algún día compramos una gorra virtual… será porque nos hace reír. No porque venga con un certificado en la blockchain.

¿NFTs en VR? No, gracias. Y el que quiera insistir… que lo meta en su metaverso.

Daneka.

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