Análisis de Prison Boss: Prohibition

Un sandbox de crafting ilegal en VR que mezcla humor ridículo, jugabilidad física y mucho vicio clandestino

Si pensabas que la realidad virtual ya había alcanzado el límite de lo absurdo y divertido, prepárate, porque Prison Boss: Prohibition viene a demostrar que siempre se puede ir un paso más allá… sobre todo si ese paso lo das siendo una gallina que fabrica alcohol ilegal en un mundo poblado por policías con cabeza de patata. Este peculiar título desarrollado por Trebuchet aterriza ahora en Meta Quest 3, Meta Quest 2 y PICO 4, llevando su propuesta de crafting frenético, humor animal y simulación de contrabando directamente a los visores standalone. Y lo cierto es que, pese a sus limitaciones, consigue ser tan adictivo como inesperadamente ingenioso.

El juego nos traslada a New Yolk City, un entorno cartoon que derrocha personalidad y chistes malos, donde nuestra misión es convertirnos en un auténtico capo del hampa… a base de fabricar, vender y esquivar la ley. Todo ello con una jugabilidad 100% física pensada para explotar las posibilidades de la VR y que, desde luego, te pondrá a sudar más de una vez. ¿Absurdo? Sí. ¿Adictivo? Más de lo que parece. ¿Perfecto? No, pero desde luego merece la pena si buscas algo original y diferente dentro del catálogo VR actual.

Humor descarado y jugabilidad manual: cuando tus manos son la herramienta del crimen

Prison Boss: Prohibition basa toda su jugabilidad en el control físico y la interacción manual, lo que en VR siempre es un punto a favor. Aquí no encontrarás menús estáticos o mecánicas de pulsar botones sin alma: para fabricar cerveza, cigarrillos, revistas o cualquier otro producto ilegal, tendrás que usar tus propias manos. Agitar ingredientes, abrir válvulas, montar cajas… todo se realiza de forma intuitiva, con un ritmo que combina la tensión del contrabando con el humor constante que impregna cada rincón del juego. La presión aumenta a medida que crece tu negocio y la Spud Squad, la peculiar policía del lugar, intensifica sus redadas. Si te pillan con las manos en la masa, despídete del dinero y de tus plumas.

Lo más interesante es cómo el juego logra mantener el equilibrio entre ser un desafío y al mismo tiempo no tomarse demasiado en serio. La estética cartoon y los chistes constantes rebajan la tensión, pero el sistema de fabricación, la necesidad de planificar y el riesgo de ser descubierto aportan el toque justo de estrategia y adrenalina. Es un título que te exige moverte, pensar rápido y, sobre todo, reírte de la situación, algo que pocos juegos consiguen con tanta naturalidad en VR.

Estilo visual cartoon con personalidad, aunque con sus limitaciones

A nivel gráfico, el juego apuesta por un estilo cel-shading muy colorido y caricaturesco, que encaja como anillo al dedo con su tono humorístico y desenfadado. Los personajes, con formas redondeadas y expresiones exageradas, recuerdan a los dibujos animados clásicos y contribuyen a crear ese ambiente de parodia criminal que define a Prison Boss: Prohibition. Los escenarios, aunque no son excesivamente variados, tienen el detalle justo para que el mundo se sienta vivo y reconocible. Eso sí, se nota que estamos ante un título indie y, en algunos momentos, la repetición de modelos o la simplicidad de ciertos elementos pueden jugar en su contra.

Sin embargo, el apartado artístico cumple su función: aportar personalidad y coherencia visual al conjunto, sin necesidad de competir con los grandes superproducciones VR. Lo importante aquí no es el fotorrealismo, sino que el mundo tenga carisma, y eso lo consigue de sobra.

Progresión adictiva y un negocio que se expande a base de plumas… y sudor

Uno de los grandes aciertos del juego es su sistema de progresión, que sabe enganchar desde el principio. Comenzamos con un taller modesto y, poco a poco, a medida que fabricamos productos, los vendemos y reinvertimos las ganancias, podemos mejorar nuestras instalaciones, desbloquear nuevos objetos y expandir nuestro imperio clandestino. Cada producto tiene su propia mecánica física y dificultad, lo que aporta variedad y mantiene el interés a medida que avanza la partida.

Con más de 20 objetos diferentes para fabricar, el juego ofrece suficientes opciones para que siempre tengas algo nuevo que aprender o perfeccionar. Además, el sistema de reputación y las mejoras del taller permiten sentir que tus esfuerzos tienen un impacto real, lo que convierte cada sesión en un ciclo adictivo de riesgo, beneficio y expansión. Es cierto que, a la larga, la fórmula puede resultar algo repetitiva, pero si te atrapa, querrás seguir subiendo en la escala del crimen hasta convertirte en el gallo más temido de New Yolk City.

Banda sonora y efectos que acompañan, sin robar protagonismo

En cuanto al apartado sonoro, Prison Boss: Prohibition mantiene la coherencia con su estilo visual y jugable. La música es ligera, divertida y acompaña sin resultar cargante, mientras que los efectos de sonido refuerzan el ambiente cómico y desenfadado. No estamos ante una banda sonora que vayas a tararear fuera del juego, pero dentro de la experiencia funciona como debe: crea atmósfera, marca el ritmo y aporta ese toque de locura simpática que tanto define al título.

Los efectos de las máquinas, los pasos de los guardias, los sonidos de alerta y las pequeñas pistas sonoras que indican cuándo se acerca el peligro están bien implementados y resultan muy útiles para mantener la tensión cuando el contrabando está en marcha.

Multijugador cooperativo: el crimen se disfruta más en compañía

Uno de los grandes aciertos de Prison Boss: Prohibition es su modo cooperativo, que permite compartir la experiencia con un amigo, ya sea en la misma habitación o a través de internet. Gracias a las opciones de cooperativo local y online, el juego se convierte en una aventura aún más divertida y caótica, donde fabricar productos ilegales, esquivar a la policía y expandir tu imperio clandestino se disfruta el doble.

Además, si dispones de un espacio físico adecuado y compatible, el título ofrece funciones de realidad mixta, lo que permite jugar en el mismo entorno real con otro jugador, añadiendo un punto extra de inmersión y locura al contrabando virtual. Este enfoque cooperativo, tanto presencial como remoto, encaja perfectamente con el espíritu gamberro del juego y lo convierte en una opción ideal para partidas compartidas.

Un sandbox de contrabando VR tan absurdo como divertido

Prison Boss: Prohibition no viene a revolucionar la realidad virtual, pero sí a recordarte que los juegos pueden ser originales, gamberros y adictivos sin necesidad de grandes alardes técnicos. Su mezcla de crafting físico, humor absurdo y progresión constante consigue enganchar más de lo que esperas, y aunque tiene limitaciones evidentes, su propuesta es tan única que merece un hueco en cualquier biblioteca VR que se precie.

Si buscas un título diferente, con personalidad, que aproveche las posibilidades de la VR y que no se tome demasiado en serio, aquí tienes una apuesta segura. Eso sí, prepárate para sudar, fabricar sin parar y, quién sabe, acabar enamorado de un juego en el que ser una gallina criminal nunca había sido tan di