El combate del siglo… que nadie pidió, pero todos venden

El marketing necesita conflictos. Apple contra Android, Intel contra AMD, Messi contra Cristiano. Y en nuestro querido mundo inmersivo, el ring está montado para un combate que ya lleva años calentando en los vestuarios: realidad virtual contra realidad aumentada. Dos tecnologías, dos visiones del futuro, dos siglas para confundir al consumidor medio… y una misma pregunta que se repite más que el tráiler de Beat Saber: ¿quién ganará?

Spoiler: ninguna va a ganar, porque esto no es una guerra tecnológica real, es un espectáculo de humo, promesas y productos a medio cocer que las grandes compañías nos sirven envueltos en palabras como “futuro”, “revolución” o “next-gen”.

Round 1: la VR llegó, vio… y aún está afinando

La realidad virtual lleva tiempo entre nosotros. Llegó con promesas de mundos imposibles, interacción total y experiencias que borrarían la línea entre lo real y lo digital. ¿La realidad? Bueno… digamos que llegó la VR y también llegaron las cinetosis, los menús flotantes ilegibles, los cables enredados, y las gafas que te dejaban la frente como una parrilla.

Pero a pesar de sus tropiezos, la VR ha ido ganando terreno. Juegos como Half-Life: Alyx, Red Matter 2 o incluso propuestas más indie como I Expect You To Die han demostrado que se puede crear contenido inmersivo, coherente y divertido. La comunidad ha respondido, los visores han evolucionado, y hoy podemos decir que la VR está viva, consolidada y creando cultura.

¿Perfecta? Para nada. ¿Accesible para todos? Aún no. ¿Mejor que hace cinco años? Muchísimo. Pero lo más importante: es real. Funciona. Y existe.

Round 2: la AR sigue prometiendo… desde 2015

Y en la otra esquina, la realidad aumentada, la eterna promesa. Desde que HoloLens hizo su primera demostración en 2015 y Magic Leap quemó millones como si fueran servilletas, el sector no ha dejado de repetirnos que “la AR es el futuro”. Que cambiará cómo trabajamos, cómo compramos, cómo aprendemos, cómo miramos el mundo.

¿El problema? Que todo eso sigue en fase de concepto. Las demos son preciosas, los vídeos espectaculares, pero a la hora de la verdad, los dispositivos reales son caros, frágiles, limitados… o directamente inexistentes para el usuario común.

La AR parece ese compañero de oficina que siempre habla de todo lo que va a hacer… pero nunca entrega nada. Sí, tiene ideas geniales. Sí, su PowerPoint es precioso. Pero cuando llega la hora de ejecutar, siempre falta “un poco más de tiempo”. Diez años después, aquí seguimos: esperando a que la AR se digne a bajar del escenario y pise tierra.

La fusión inevitable… o la excusa perfecta

Ahora se habla de “XR”, de “realidad mixta”, de visores que lo hacen todo. El passthrough en color de Meta Quest 3 ha servido como trampolín para vender que ya estamos fusionando realidades. Y sí, es un avance. Pero no confundamos un par de ventanas flotantes en tu salón con la visión total de la AR que nos prometieron.

Lo que sí es inevitable, porque la lógica lo pide, es que los dispositivos se vayan hibridando. Pero no porque sea la panacea… sino porque no hay presupuesto ni paciencia para desarrollar dos plataformas completamente separadas. El futuro será híbrido porque no queda otra. No porque sea lo ideal, sino porque es lo viable.

Y mientras las empresas discuten si XR significa “cross-reality” o “experiencia radical”, los usuarios lo que queremos es algo que funcione, que no pese medio kilo y que no parezca un prototipo perpetuo.

El verdadero enemigo: el humo

La supuesta rivalidad VR vs AR es un fantasma útil para inversores que no entienden qué compran, periodistas que necesitan titulares, y empresas que necesitan justificar por qué su visor cuesta más que tu portátil. Pero para quienes realmente usamos estas tecnologías —jugadores, creadores, educadores, desarrolladores— esta lucha es una distracción innecesaria.

Porque aquí va una verdad incómoda: la gente aún no ha adoptado masivamente ni una cosa ni la otra. Ni la VR ha llegado a todos los hogares, ni la AR se ha dignado a salir del laboratorio. ¿Y quieren que nos creamos que ya están peleando por el trono del futuro? Anda ya.

¿Rivalidad o fusión? No importa. Lo que importa es que funcione

Queremos visores que no nos hagan sudar a los diez minutos. Queremos aplicaciones que no parezcan tech demos de 2018. Queremos juegos, experiencias, herramientas… no conceptos eternos ni anuncios de “lo que será”.

La VR ha tenido el valor de mancharse. La AR sigue buscando el ángulo perfecto para salir bien en la foto. Y hasta que ambas se enfrenten a la realidad (sí, esa real real), seguirán siendo más promesas que productos.

Pero, oye, si al final logran fusionarse y dar con ese visor mágico, ligero, útil y asequible que lo hace todo… llámanos. Que aquí estaremos. Pero no nos hagáis esperar otros diez años, ¿vale?

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