Hay días en los que uno se pone el visor no para matar zombis, escalar montañas imposibles o hacer el ridículo bailando en Synth Riders, sino simplemente para desaparecer. Para escapar del WhatsApp, del vecino que taladra a las 7:00 y de ese correo del trabajo que dice “solo una cosa rápida”. Y es justo ahí, en ese punto de fuga con nombre de píxel y textura borrosa, donde la realidad virtual y la salud mental se cruzan. ¿Pero estamos hablando de un nuevo tipo de terapia o simplemente de una evasión de lujo con mandos hápticos?
Como casi todo en la VR, la respuesta es: depende del día, del visor y del usuario. Pero ya va siendo hora de quitarle el polvo a este tema, porque si vamos a seguir metiendo la cabeza en un visor, mejor saber si lo estamos haciendo para sanar… o para esconder la cabeza como un avestruz con tracking inside-out.
La terapia con visores: psicólogos y estudios entran en el metaverso (sin NFT, gracias)
No, no es ciencia ficción: la realidad virtual ya se está usando con fines terapéuticos. Y no hablamos de gurús en TikTok que te dicen que pongas música lo-fi y abraces tu ego en AltspaceVR (DEP), sino de profesionales serios. Psicólogos, psiquiatras y terapeutas que utilizan entornos inmersivos para tratar trastornos de ansiedad, fobias, estrés postraumático, depresión o adicciones.
La técnica más extendida es la exposición controlada, esa que en la vida real sería como meter a alguien con miedo a volar en un avión de Ryanair sin avisarle. Pero en VR, la cosa cambia: entras en una simulación, te enfrentas poco a poco a tu miedo, con guía profesional, y tu cerebro, engañado, pero feliz, empieza a procesarlo como un logro real. Algunos estudios incluso apuntan a que la VR puede ser más eficaz que los métodos tradicionales en ciertos casos. Todo esto, claro, siempre con supervisión profesional. Que conste: “SuperHot” no es terapia por mucho que sudes.

Apps de meditación, mindfulness y “relájate mirando un árbol en 8K”
Luego tenemos la otra cara de la moneda: la autoayuda enlatada, esa que te promete paz interior por solo 3,99 € al mes. Y aquí la oferta es tan vasta como sospechosa. Hay aplicaciones bastante decentes como TRIPP, que usa visuales psicodélicos, respiración guiada y música ambiental para reducir el estrés, o Nature Treks VR, un paseo interactivo por paraísos artificiales. Nada mal si tienes un mal día.
Pero también hay apps que parecen diseñadas por un equipo de marketing tras una sesión de yoga y media botella de kombucha. Simuladores de naturaleza con renderizados que harían llorar a un diseñador de Dreamcast, frases motivacionales que dan vergüenza ajena y meditaciones que suenan a locutor de supermercado en trance.
¿Sirven? Sí, si sabes lo que estás buscando. ¿Sustituyen una terapia real? Rotundamente no. Lo mismo puedes calmarte un rato como acabar enfadado con el avatar del gurú virtual que te llama “alma luminosa” cada 30 segundos.

El peligro del escapismo: cuando la VR se convierte en un refugio… con candado
Y aquí viene el tema espinoso: ¿puede la realidad virtual empeorar tu salud mental? Spoiler: sí, si se usa mal. Porque mientras algunos se relajan paseando por un bosque simulado, otros se aíslan durante horas huyendo de una realidad demasiado real.
Casos de uso compulsivo, depresión agravada por aislamiento, distorsión de la percepción del tiempo, y gente que prefiere hablar con NPCs antes que salir a comprar el pan, no son pura anécdota. Y ojo, que no estamos juzgando. Que todos hemos pensado alguna vez en mudarnos a Half-Life: Alyx si la inflación sigue así. Pero no es lo mismo buscar consuelo en lo virtual que perderse en él.
Y para añadir más leña al fuego, hay entornos sociales como VRChat, donde lo terapéutico se mezcla con lo caótico. Puedes encontrar grupos de apoyo, amigos, comunidad… o terminar atrapado en una sala llena de avatars gritones disfrazados de Shrek a las 3:00 de la mañana. Terapéutico, sí. Pero también un poco perturbador.

¿Qué hacemos entonces? ¿Nos quitamos el visor o lo abrazamos con cariño?
La clave está en el equilibrio. La realidad virtual puede ser una herramienta increíble para mejorar el bienestar emocional, si se usa con cabeza y con ayuda profesional cuando toca. Puede ayudarte a meditar, a gestionar la ansiedad, a conectar con gente o a darte un respiro. Pero también puede convertirse en una vía de escape que, si no se vigila, se transforma en una trampa.
Lo ideal sería que hubiera más estudios, más desarrollos pensados desde la salud mental y no desde el marketing fácil. Que los creadores se tomen en serio el impacto emocional de lo que hacen. Y que nosotros, los usuarios, sepamos cuándo lo virtual nos ayuda… y cuándo nos está ganando la partida.
Así que sí: la VR puede ser terapia… o evasión. Y a veces ambas a la vez. Pero como con todo lo que tiene poder, depende de cómo lo uses.
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