Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que la palabra metaverso flotaba por las presentaciones de las grandes tecnológicas como si se tratara del segundo advenimiento digital. Mark Zuckerberg, en un alarde de entusiasmo (y presupuesto), rebautizó a su imperio como Meta, invirtiendo más de 36.000 millones de dólares en un concepto que parecía sacado de una novela de ciencia ficción… pero sin revisar bien el final del libro.

Se nos vendió una nueva realidad digital: avatares sin piernas bailando en oficinas virtuales, reuniones con expresiones faciales captadas por sensores carísimos y una economía paralela basada en NFTs que hoy valen menos que un disco de Floppy. La idea era que trabajarías, socializarías y, por supuesto, gastarías dinero, todo dentro de un universo digital. Pero lo que muchos olvidaron es que si la realidad virtual aún tenía problemas para convencer a los jugones más entusiastas, menos aún iba a conquistar al oficinista de 9 a 5 que apenas sobrevive a sus reuniones por Zoom.

metaverso

Millones invertidos, cero emociones

Según Meta, iban a revolucionar la forma en que nos conectamos. Y en cierto modo lo hicieron: nunca antes tanta gente se desconectó tan rápido. Horizon Worlds prometía ser el centro neurálgico de esa nueva realidad… y terminó siendo un parque vacío donde solo acuden los desarrolladores a comprobar si el servidor sigue vivo. En 2023, el propio equipo de Meta admitía que ni siquiera sus propios empleados lo usaban de forma habitual.

No fue el único intento. Microsoft compró Activision Blizzard supuestamente para reforzar su estrategia de metaverso, pero terminó cerrando su división AltspaceVR y alejándose del concepto. Google, tras sus fracasos con Daydream y su app de VR social Tilt Brush (cedida luego a la comunidad), también echó el freno. Y plataformas como Decentraland o The Sandbox, que llegaron a manejar valoraciones de miles de millones en criptomonedas, hoy apenas cuentan con unos cientos de usuarios activos al día, pese a los titulares engañosos que hablaban de «tráfico masivo».

metaverso

El problema no era el metaverso, sino el vacío que había dentro

La idea de un universo digital compartido no es nueva. Second Life ya lo hizo en los 2000, con más éxito relativo del que ha tenido todo el metaverso 2.0 junto. ¿Cuál fue la diferencia? Que en aquel entonces, la gente tenía algo que hacer: abrir tiendas, ir a fiestas virtuales, diseñar ropa para avatares… ¿En Horizon Worlds? Puedes tirar pelotas de papel al aire. Literalmente.

El fracaso del metaverso no es solo técnico, es conceptual. Las grandes compañías pensaron que si lo construían, vendríamos corriendo. Pero olvidaron que lo importante no es el escenario, sino la obra. Y nadie quiere pagar por ver una función aburrida donde los actores no tienen piernas. Si a eso le sumamos que la calidad gráfica era digna de un juego de 2009 y que el acceso requería visores aún caros, el cóctel era perfecto para el olvido.

Entre postureo corporativo y falta de propósito

El metaverso se convirtió rápidamente en una palabra mágica para inversores perdidos y directivos que buscaban parecer innovadores en LinkedIn. Mientras tanto, los usuarios reales se preguntaban: ¿y esto para qué sirve? Se hablaba de asistir a conciertos virtuales, pero eran experiencias limitadas, de mala calidad y con interacción mínima. Se prometía la revolución educativa… pero ni las escuelas ni los contenidos estaban preparados. Incluso el comercio virtual se reducía a vender skins a precios absurdos en mundos que nadie habitaba.

Por si fuera poco, la fiebre del metaverso se mezcló con la burbuja cripto y el tsunami de NFTs. El resultado fue una sopa conceptual que olía más a especulación que a innovación. Y cuando el mercado cripto colapsó, arrastró con él gran parte del entusiasmo que aún quedaba.

cripto

¿Moraleja? Menos PowerPoint y más contenido con alma

No hay peor inversión que un sueño mal contado. El metaverso no necesitaba más dinero, necesitaba más humanidad. Necesitaba experiencias que emocionaran, comunidades reales, razones auténticas para quedarse. Y eso no se compra con millones, se gana con ideas.

Hoy, mientras las acciones de Meta intentan recuperar el aliento y los visores Quest acumulan polvo junto a la Wii Balance Board, queda una lección clara: no puedes imponer una revolución a golpe de marketing. Porque el futuro, si no emociona, no conecta. Y sin conexión, no hay metaverso que valga.

metaverso

¿Y ahora qué?

¿Ha muerto el metaverso? No del todo. La tecnología sigue ahí. Las ideas, aún latentes. Pero el entusiasmo ciego se ha sustituido por un escepticismo saludable. Quizá, solo quizá, en unos años regrese con otro nombre, menos humo y más corazón. Mientras tanto, las gafas seguirán esperando su momento bajo una capa de polvo. Y nosotros también… aunque con los pies en la tierra y las piernas bien visibles.

La próxima vez que alguien nos prometa un universo digital paralelo, preguntémosle antes: ¿y qué se supone que haré allí, además de flotar como un globo triste?

Hasta entonces, seguiremos aquí abajo… en la realidad. La de verdad. Esa que, a pesar de sus bugs, al menos viene con piernas.

Tagged
Suscríbete
Notificar sobre
guest

0 Comments
Oldest
Newest Most Voted
Inline Feedbacks
View all comments